1934. Pasea alicaído por las calles de un Londres que no ha oído hablar de
bombas atómicas. Espera que tarde o temprano los aviones de guerra surquen el
cielo oculto por los edificios de ladrillo. Solo hay cigarro en el bolsillo de
su chaqueta y lo custodia como un buen celador. Aún faltan dos días para cobrar,
por lo que tendrá que guardarlo para el momento nocturno de creación. Sus canas
grises y blancas brillan con el último rayo del sol de la tarde. Hace frío,
quiere evitar esa sensación incomoda. Recuerda su abrigo empeñado. Entra en una
calle de penumbra eterna donde yacen en la acera y las paredes carteles
rasgados, anunciando cereales y salsas que nunca ha probado. Los efluvios de
serrín húmedo emergen de un bar cercano, pero llegan hasta él vagos, irreales.
El viento levanta la contaminación arraigada de las calles. Oye las monedas
moverse nerviosas en su bolsillo, agitadas cuando sus dedos largos buscan el
calor de la tela ajada. Una joven trabajadora, que se dirige a su menuda
habitación unas manzanas más adelante, oye al viandante lanzar una imprecación
en voz baja.
“—Dinero,
siempre el maldito dinero”.
Que no muera la aspidistra (1936) es una crítica sofisticada e
inteligente al sistema capitalista desde un punto de vista un tanto diferente.
Cuando compré el libro tenía en mente que el autor iba a intentar convencerme a
través del protagonista que el capitalismo en general es el demonio. Sin embargo, y para mi sorpresa, no fue así. Si por algo destaca
la voz narradora de esta novela es por su imparcialidad frente a las ideologías
en boga de los años treinta, que de un modo u otro, disfrazadas como el lobo de
inocente cordero o exhibiéndose con orgullo en el escenario cual bailarina de
cabaret, siguen existiendo en los albores del siglo veintiuno. Esperaba tanto
que despotricara eternas opiniones contra la clase alta, el dinero y la opresión con la que occidente trata al proletario con una despótica
voz socialista que encontrar hasta cierta semejanza de pensamiento entre yo y Comstock supuso un cambio radical en mi forma de concebir la obra de
George Orwell. Ojalá esta voz neutra no sea solo en esta novela, porque si
estoy en lo cierto, Orwell será pronto uno de mis autores favoritos.
Cuando leí a Gordon Comstock, encontré a un amigo.
Lo digo completamente en serio. Leer como poco a poco se hunde en la miseria y
la desesperación me recuerda un poco a mí día a día. ¿Por qué? Difícil de precisar. En el fondo mi opinión en cuanto al dinero se refiere es parecida
a la de Gordon. Estamos atados a un sistema que nos ordeña, nos consume y
cuando somos despojos los tira. Si no fuera antihigiénico y viviéramos en un
mundo aún más incívico, nuestros cuerpos flotarían por las alcantarillas y
nadie repararía en ellos.
Volviendo a las aspidistras, me ha parecido realmente
admirable la forma en la que el autor transmite el mensaje de la historia. Por
una parte está Gordon Comstock, teintañero inglés de la época desencantado con
el mundo, poeta fracasado que tras un duro día de trabajo en una librería de novelas de segunda mano malvive en la pensión de una solterona con otros hombres
como él. Su único amigo es un joven de clase media alta llamado Ravelston,
socialista burgués. ¿Qué mayor contracción puede haber? Y la novia de Gordon, Rosemary, trabaja en la
sección de diseño para la agencia de publicidad en la que este, dos años antes, estuvo
como contable. Sin embargo, cuanto más nos adentramos en la vida de Gordon, descubrimos
que hay un personaje que no habla pero que tiene la suficiente
importancia como ser mencionado: el dinero. En el cenit de la historia parece
que nada es más importante que el dinero, ni siquiera la vida. Se niega la vida porque en el mundo moderno sin la
existencia del dinero no puede darse lo primero sin
ayuda de lo segundo. Deprimente, pero cierto.
En la pugna que Gordon mantiene con el dinero, el
antagonista por excelencia de la historia, descubre que no puede batallar
contra él y ganar. Siempre se las ingenia para que el librero salga perdiendo. Gordon
no acepta el dinero de su amigo, pero pide cándido cinco libras a su hermana
Julia, cuya vida no es mejor que la de él. Cede. Cede porque sabe que sin el
dinero ninguna relación física puede darse. Es una realidad devastadora comprender
que sin el dinero lo único que debes esperar del mundo es solitud y miseria, y dependiendo
qué persona se enfrente a este problema, puede desembocar incluso en el
suicidio. No es nada exagerado vaya, pasa diariamente.
Ante esta perspectiva la vida de Gordon se aproxima
a un túnel sin salida en el que el resto de personajes se
desdibujan hasta que al final vemos a una pobre criatura atrapada en una
buhardilla cuyo lo único anhelo es dejar de existir y que nadie que quiso alguna vez le recuerde.
"Deseaba ocultarse en las profundidades de algún mundo donde el decoro no tuviera la menor importancia, cortar los hilos que lo mantenían encadenado a su autoestima, irse a pique, hundirse, como había dicho Rosemary. En su mente, lo asociaba todo con la idea de estar bajo tierra. Se complacía pensar en la gente desahuicada, marginada: rateros, mendigos, criminales, prostitutas...Ese mundo se le antojaba perfecto con sus penas y sus miserias. Se consolaba con la creencia de que bajo el mundo capitalista existía un gran cenagal donde fracaso y éxito carecían de significado, una especie de reino de fantasmas donde todo daba igual"
La novela tiene varios niveles de
lectura, todos ellos destacables. El primero, y al que más se da importancia, es el orwelliano. Una sátira interesante, critica
suave hacia la sociedad decadente de casi la mitad del veinte. No obstante, hay
otro nivel de lectura que también me ha parecido conveniente destacar y parte desde la
relación que Gordon y Rosemary mantienen, ya que sí, también es una novela con un poco de romance.
Rosemary es un personaje adelantado a la época.
Hija menor de una familia numerosa que decide emplearse en una agencia de publicidad. Alegre, individual, inteligente y pragmática. Está claro que no todo es blanco y
negro, no lo es ahora, antes menos. Sin embargo, es lógico llegar a la
conclusión de que no cualquier mujer aceptaría que su novio renunciase a un
buen trabajo por perseguir el absurdo sueño de vencer al dinero, ergo, el
capitalismo. Durante toda la novela vemos a una persona generosa y comprensiva
con la causa de Gordon, hecho que me ha parecido maravilloso, y en el que además el
autor hace hincapié mediante la actitud de este último hacia Rosemary.
Por otro lado, la sátira orwelliana se hace más visible a través de los diálogos que Gordon mantiene con Ravelston.
Para Ravelston es complicado abrazar el socialismo porque es hijo de un
burgués. A pesar de que vive en un piso pequeño y solo tiene doncella por el
día (¡cuidado!), no es ni de lejos un socialista comprometido con la causa,
aunque quiera aparentar que sí. Gordon lo sabe y no le importa demasiado porque
él tampoco es socialista. Parece extraño, pero la causa de Gordon reside en un
trauma infantil, al obligarle su familia clase media baja a ir a un colegio de clase media acorde con su estatus social en el que todos los niños se burlaban de él por sus ropas ajadas.
Entonces fue cuando empezó a odiar al dinero. El mayor atractivo para mí de la
novela reside en este punto. La actitud de Gordon no se debe a un estúpido
pensamiento sino a una experiencia de reiterados
rechazos por su humilde crianza.
Por último, destacar que el
final me ha parecido adecuado. Está completamente
justificada cada decisión que toma el protagonista, me ha parecido muy loable el modo en el que se enfrenta al hecho que
cambiará todo lo que se propuso rechazar. En especial el último capítulo me
impactó mucho, me dejó una grata sensación de calidez. SPOILER: Lo único que no me ha gustado es que por volver a la agencia de publicidad, Gordon se ve en la obligación moral de abandonar la poesía. Es una crítica claro, pero volviendo a lo de antes, el mundo no es blanco o negro. Se puden compaginar ambas cosas
Y concluyendo ya, el estilo de Orwell en esta
novela me ha gustado, pues su suavidad y sencillez dotan a la obra de cierto
dinamismo que la misma historia demanda.
Como seguramente no sea así en sus novelas más nombradas, para iniciarse
con el autor yo veo en Que no muera la aspidistra una opción maravillosa.
"Observó los relampagueos de los carteles luminosos, rojos y azules, flotando en el cielo negro, y se le antojaron el siniestro destello de una civilización condenada, como el parpadeo agonizante de las luces de un buque a punto de hundirse […]—Las luces del Infierno no serán muy distintas"
fuente de la foto y el texto que encabeza la reseña: mía//capturas de la película "A Merry War".
Apuntada la tengo para leer en inglés :)
ResponderEliminarHoli :) Vengo tarde, bastante tarde, pero el caso es que yo siempre me paso. Lo primero de todo, me encanta la primera foto que aparece <3 (PD: tengo ganas de verte, Celsius YA). Me ha gustado mucho leerte, como siempre, es un verdadero placer para la vista y mente leerte, algo a lo que aspirar, ya que yo soy más básico escribiendo que el mecanismo de un chupete, no tengo esa gracia, ese toque de varita con el que algunos/as estaís tocados. A Orwell solo lo he leído en sus famosas y conocidas Rebelión en la granja y 1984, y la verdad, hasta que he leído la entrada no tenía ni idea de que iba, pese a que el título me resultaba intrigante. Crítica sofisticada e inteligente al sistema capitalista, creo que es una lectura interesante, no para mi en estos momentos (estoy en pleno boom de ciencia ficción / fantasía que no puedo parar). Un besin^^
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