Son
muchas las preguntas que me ha suscitado este compendio de relatos
pujilísticos de Robert E. Howard, y sé que entre ellas hay diversos
porqués que jamás obtendrán una respuesta. Hay muertos que no se
pueden traer a esta dimensión ni siquiera para tomar un café. Pero
formulo estas preguntas, tal vez de índole más personal, a Robert
E. Howard porque me gusta pensar en que llegará un día en el que lo
encontraré vagando por un inmenso desierto en un sueño cualquiera.
Y entonces, si la timidez me lo permite, podré preguntarle: “¿Por
qué, Bob, por qué creaste a esos hombres extraños que sienten
tanto pasión como rechazo por aquello que les hace vivir, para
aquello para lo que la madre naturaleza les hizo respirar?” “¿Por
qué a veces se me olvida, y tú me recuerdas, que estos hombres
brutales tienen corazón? ¿Y por qué soy yo la que entonces piensa
que no tiene corazón?”.
Hace
muchos años Bob descubrió la metáfora de la vida implícita en el
boxeo practicando durante su breve existencia este deporte, y pienso
que ese fue el motivo que impulsó a Robert E. Howard a escribir
estos relatos. Aunque, como es obvio, también hay que tener
presentes sus intenciones comerciales, y es que Robert E. Howard
considero los combates de boxeo un buen medio para hablar de este
tema y otros (veladamente) y ganar algo de pasta en diversas
revistas pulp. Claro que en aquella época los ciudadanos
veían de una manera muy distinta el boxeo que las gentes de hoy.
¿Quién no ha calificado el boxeo como un mero acto brutal en el que
resulta incomprensible imaginar que llegue a producirse un juego de
sensibilidades entre los combatientes que no todos podamos llegar a
entender? Es difícil no hacerlo cuando estás lejos de este mundo.
Aun así, como una pequeña Carol Joyce Oates, he comenzado a
sentirme fascinada por el boxeo y por las personas que deciden
dedicar una parte de su existencia a practicarlo, tanto de manera
profesional como amateur. Es
elegir consciente el rechazo hacia la vida civilizada y sumergirte en
la primitiva e indómita durante muchas horas del día, y eso es más
que digno y honorable. ¡No me extraña que Howard se sintiera
fascinado por este mundo sabiendo cómo era él! Por eso,
cuando vi esta antología y la autoria de los relatos, no dude que
tenía que leerlos, y mejor que fuera pronto. Y así hice.
“Si uno manda a la lona a un tipo de cien kilos tras haberle golpeado en un lado de la cabeza con fuerza suficiente para dejarle K.O y no se rompe la mano al mismo tiempo, caben dos posibilidades: o es un hombre de hierro o un maldito embustero”. Pág. 132.
El
tema central de la antología es la dureza y resistencia de unos
hombres que parecen haber sido designados por el Mismísimo para el
oficio pujílistico por su complexión física y mental. Pero antes
nos ofrecen un prólogo de Eugenio Fraile bastante instructivo en la
que pone en contexto el contenido de la antología a través de la
vida privada de Howard, pero si excederse ni opinar sobre las decisiones
u opiniones que tomó el autor en vida. Es un aspecto que os parecerá
muy secundario, pero yo la verdad es que estoy bastante cansada de
ver cómo cualquier mentecato calumnia y opina sin atender a razones
sobre las vidas de los tres mosqueteros de Weird Tales. Así
que esta introducción a los trabajos de Robert os recomiendo
personalmente leerla. Además, cuando el señor Fraile habla del
contenido de la antología y del trabajo de Howard lo hace de manera
bastante objetiva. Eso por una parte; luego tenemos una especie de
ensayo “relatado” en el que Howard habla sobre los hombres
de hierro que realmente existieron y en los cuales se ha inspirado
para crear a Mike Brennon, Kirby Karnes, Slade Costigan, Steve
Harmer, Mike/Steve Costigan y un larguísimo etcétera. Toda una
delicia para una neófita como yo de conocimientos e historietas del
mundillo pujilístico que además ayuda bastante a entrar en la
antología.
Mi
impresión general con los relatos ha sido muy satisfactoria,
sensación que se intensifica conforme avanzas con la susodicha
antología. Ya lo comenté por Goodreads, pero es que Howard crea un
universo muy interesante aquí. Y este efecto puede que se
intensifique (como ha sido mi caso) si os interesa cómo Bob
ejecutivamente desarrolla la tensión y el misterio a través de las
acciones llevadas a cabo antes y durante el punto central del relato,
que suele ser un combate. Veréis, no es que precisamente haya muchas
novelas o libros de boxeo, y el poco contenido que tenemos en España
traducido y editado hay que paladearlo bien (con criterio, por
supuesto). Sentía bastante curiosidad por la estructura y el
desarrollo de ésta, ya que Howard es bastante bueno creando
atmósferas en otros géneros, pero me mostraba algo escéptica en
como actuaría en el terreno realista. Es curioso, ¿verdad? No
dudamos cuando un autor realista incursiona en la literatura
especulativa...¿y por qué al revés sí? La antología, además de
hacerme pensar en cuestiones relativas al oficio, me ha ayudado a
revisarme un poco más.
A
mi parecer Robert E. Howard trabaja mejor en historias pujilísiticas
más extensas que breves. Un ejemplo muy ilustrativo es la
historia primera historia, Cupido contra Pólux, la cual me
dejó bastante fría por el tono casi impersonal de la historia y los
tópicos pujilísticos tan mal administrados por el autor. Un tipo
pierde un combate porque su juicio ha sido nublado por la
atracción sexual que siente hacia una mujer. Y la moraleja es:
“Chico, no te enamores nunca”. Me llamó la atención el
tono patético del que dota a la narración Howard en los últimos
renglones, como si el autor no se tomara en serio su propio relato,
pero no salva el texto ni con el toque final. Aunque, por
otro lado, tenemos una historia breve donde prima el personaje a la
narración; se trata del relato de Ambrose Willow, alias El Sauce
Llorón. Como he dicho, me gusta más a Howard trabajando en
textos más bien extensos pero en este relato simplemente dice al lector:
“Voy a hacer lo que me de la gana, y sé que te va a gustar”,
y a mi me encantan este tipo de
retos. El relato de Ambrose me pareció bastante tierno. A
pesar de que resulte extraño o insólito esa son los calificativos más
adecuados para describir mis emociones por ese boxeador. El personaje
resulta ser un pujil de segunda con una extraña y curiosa afección:
cuando boxea se echa a llorar, literalmente. No tiene muchos
adversarios por este problema y carece de una pegada distintiva. Es
un perdedor que le gusta boxear casi por diversión, porque se le da
de auténtica pena. No es un hombre de hierro como tal, más bien un
circo humano, pero su resistencia frente a los pocos adversarios es
bastante alta a la media así que supongo que los editores
consideraron que el mejor lugar donde integrar esta peculiar historia
era esta antología. Y, claro, mi historia favorita por razones
obvias: I love weirdos like me.
“—El hecho mismo de golpear a uno de mis semejantes me pone triste y melancólico”. Pág. 92 [Ambrose Willow, más cuqui y no nace]
Pero,
para qué engañarnos, las historias que consiguen hacer despegar la
antología y mantenerla en el aire satisfactoriamente son El
hombre de hierro, Puños del desierto y
Miedo a la multitud
y El gancho de
derecha. En
El hombre de
hierro
un buen mánager descubre a un chaval que tiene una buena pegada pero
está muy mal entrenado, Ese propone entrenarle pero Mike Brennon
rechaza su ayuda porque, admite, se retira. Pero a los pocos meses
busca a nuestro narrador, que acaba elevando a Brennon a la categoría
de campeón. El problema es que el chico acepta demasiadas peleas por
el dinero que le reportan. Surge toda una trama de conspiración y
misterio muy bien llevada que eclosiona en algo que ya veíamos de
lejos: una mujer. Aun con el hecho de que este sea un elemento
predecible me gusta la manera en la que Howard lo lleva, muy distinta
a Cupido contra
Pólux.
La exploración de la resistencia física Brennon es muy interesante,
y la conclusión redonda. Luego tenemos Puños
del desierto,
que también me gustó mucho porque podemos ver que los mánagers no
siempre buscan el bien para sus promesas, pero que al fin y al cabo
siempre hay personas buenas que ven las injusticias y no les importa
perder una pierna cuando piensan que vales tu precio en oro. El hecho
que Kirby Kanes es el trasunto literario de Bob es bastante obvio.
Miedo a la
multitud es
mi relato extenso favorito, la conexión que establece el pegador con
su novia para liberarse de la presión constante que ejerce el
público sobre él me parece digna de mención. Y es que básicamente
de esto va el relato, y no se me escapa que aquí la verdadera
heroína de la historia es Gloria. El gancho de derecha es el que
menos me gustó de los extensos, ya que el protagonista se marca un
farol para salvar la economía del hermano de la chica con la que
está prometido amañando el combate, ya de por si amañado, y
enfrentándose él al combatiente que supuestamente ha de ganar.
Interesante pero me gustaron más Miedo
a la multitud
y Puños del
desierto.
“Cualquier hombre tiene que ocupar un lugar en la vida; su papel no era el de un hombre de hierro que luchaba no tanto por vencer como por llegar hasta el límite. Acabar el combate en pie representaba para él una victoria”. Pág. 58.
Ahora
bien, una decisión que no entiendo que tomara La Biblioteca del
Laberinto fue la de incluir poemas y fragmentos de ideas a medio
cocer de Howard sin haber finalizado con los relatos en si. Bajo mi
punto de vista convierte a la antología en un producto visualmente
caótico y saca al lector de la dinámica que ha establecido con los
relatos. ¿Que yo podría haber leído los últimos relatos antes de la
poesía ahorrándome el sentido lineal? Sí, de haber sido informada
el prólogo de que eran relatos completos del mismo tipo los
anteriormente leídos. No he tenido en cuenta la ordenación de éstos
para mi puntuación de la antología, pero creo que es conveniente
advertir al futuro comprador de esto.
Los
poemas pujilísticos son una parte fundamental para entender la
relación especial que Howard estableció con este deporte. Me han
despertado sentimientos diversos, el que más ha sido tristeza, tal
vez porque Bob sentía una tristeza taimada por los hombres de hierro
y sus destinos. Todos los poemas hablan o bien sobre la muerte o bien
del dolor, pero también de la esperanza. Es como si hubiera un
mensaje oculto que solo las personas indisolublemente atadas a este
mundo pudieran entender. Mi
favorito es Kid Lavigne
está muerto, en
el que Howard resume la carrera de este pegador en un puñado de
versos. Kid es el hombre de la portada de esta reseña.
Tras
los poemas tenemos una serie de fragmentos en los que podemos
apreciar algunas ideas de Howard protagonizadas por Mike/Steve
Costigan. Los he leído todos pero he decidido no
puntuarlos ni opinar en detalle porque son simplemente ideas, muchas
de ellas puede que recicladas en sus relatos inéditos o publicados.
Y, siendo sinceros, no aportan gran cosa.
Por
último tenemos un “grupo de relatos” que siguen la estela de los
anteriores con nuevas aventuras protagonizadas por otros “héroes”.
Dos relatos de Ace Jessel, el primer protagonista negro de Howard en
esta antología, y uno de Jack Maloney, pegador venido a menos que
ahoga sus penas en alcohol y trifurcas en antros. Los dos de Jessel
están a un nivel narrativo por encima de algunos de los primeros.
Ace Jessel es presentado como un bonachón y un gran artista en este
deporte. Y La
aparición sobre el cuadrilátero refleja
bastante bien su carencia de instinto asesino del que muchos tipos
hacen gala en el ring.
Este relato, originalmente aparecido en Ghost Stories,
combina un elemento sobrenatural con el sudor y la sangre habitual
creando con maestría algo que yo describiría, cuanto menos, como
insólito y original. Luego tenemos Traición,
relato en el que Howard habla veladamente del racismo enraizado en su
tierra, y relato el cual también disfruté muchísimo por esto
mismo. No lo índica por ningún lado pero a mi parecer estos relatos
son pertenecientes a los últimos años de vida del autor. Puede
apreciarse una mejora de estilo, aborda otros temas además del obvio
y los personajes son mucho más complejos. De verdad, una maravilla.
Y con Siempre vuelven
confirma lo dicho: Howard emplea la formula habitual pero le da un
toque más personal en el que apreciamos sustanciales mejoras de
estilo. Logra que la historia sea mucho más que un boxeador
superando sus debilidades y excesos para acabar con una conclusión
apoteósica.
“Algunos tipos saben golpear, pero no saben boxear; otros saben boxear, pero no saben golpear”. Pág. 122.
Y
ya que hablamos de las mejoras de estilo, dejemos clara una cosa: la
principal intencionalidad de los relatos es entretener, por tanto no
os esperéis un tono más elevado o distinto a la tónica habitual de
Robert E. Howard. Hay mucha acción, muy bien llevada por cierto, y
el estilo refleja las demandas de la narración. Por supuesto, me
niego a llamarlo un “estilo pulp” porque no lo es, quiero decir,
en el pulp encontramos historias de lo más diversas, y obviamente
estilos diametralmente opuestos. No escriben igual Robert E. Howard
que Abraham Merritt, ambos autores reconocidos en su época que
amaban por igual las civilizaciones antediluvianas, pero en una
comparativa rápida nos cercioramos que hay una un cambio más que
obvio de registro, pese a compartir características. Ya es hora de tirar a la basura algunos prejuicios
de la literatura de la Era Pulp, ¿no?
En
fin, creo que mis conclusiones finales son bastante claras en los aspectos narrativos. Sin embargo, más allá de ellos me pregunto si
realmente merece la pena comprar la antología en relación a la
cantidad de contenido que nos ofrece. Si os interesa el boxeo o los
trabajos de Howard la recomiendo, pero si no os interesa ni lo uno ni
lo otro no la compréis. Me parece poco contenido por el precio por
el que se vende cada ejemplar. La traducción es decente, necesita
alguna corrección aquí y allá, pero estamos hablando de una
editorial pequeña que edita obras que interesan a una minoría muy pero que my reducida. Aprecio muchísimo el trabajo que hace La Biblioteca del
Laberinto, realmente se nota que aman lo que editan, pero si vuestra
economía es precaria y no os interesa demasiado el tema, no compréis
la antología habiendo otras de Howard editadas por esta misma editorial
que pueden brindaros más horas entretenimiento por un precio
similar.
Estos
relatos de Howard constituyen una manta de retales, pero, ¿y lo que aprendemos a apreciarlas en los días más duros del invierno?
“Después de todo, ¿quién conoce las profundidades extrañas del alma humana y sabe hacia que cimas aparentemente sobrehumanas puede elevarse un cuerpo gracias a la mente”. Pág. 151.
Nos
vemos 💜.
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