Siempre me ha llamado la
atención la brujería, pero no considero que me guste como tal. Es
cierto que hay temas dentro de la brujería que me interesan mucho, como
la historia de la brujería precristiana del noreste de Estados
Unidos y del territorio que hoy por hoy llamamos "Rusia", pero no práctico esas creencias e
imagino que no tendré alguna especie de crisis religiosa-mística que me lleve a creer en ellas porque considero que ambas sólo me
interesan solo a nivel cultural y, en menor medida, literario. La
brujería como un todo en uno no es un tema que pueda abordar
cómodamente y del que hablar larga y tendidamente. En terrenos
esotéricos existen otras cosas que suscitan mayor interés para mí,
lejanas a las esferas de comprensión humana. Por eso no siento la
brujería muy cercana a mi, ya que pensar en asuntos de índole tan
mundana provoca en mi deseos irrefrenables de escapar, mientras que
si reflexiono sobre mecanismos que jamás podré comprender por mi
condición humana experimento una extraña paz que no espero que
nadie comprenda.
A todo esto os preguntaréis a qué viene el párrafo anterior, y os
lo cuento porque no quiero que presupongáis que al escribir esta
entrada me las estoy dando de entendida de la brujería; lo que si
afirmo con rotundidad es que tengo un ojo bastante crítico (pero
humilde) con los temas que más me interesan del esoterismo, ya que
hay muchos cantamañanas sueltos. Centrándome en el cine, siempre he
sentido que hay formas y formas de tratar la brujería
visualmente, y es que en este medio hay una tendencia generalizada a
hacerlo mal, llegando creo yo a resultar ofensivo para los verdaderos
entendidos del tema. Cuando todo lo que hay es en su mayoría
mediocre (y te puede gustar, lo cual es muy respetable) encontrar un
tesoro brujeril se agradece en demasía. El tesoro del que
estoy hablando es El Viy, la
adaptación cinematográfica del relato Vi de Nikolái Gógol.
El Viy a grandes rasgos cuenta la historia de tres chavales
que al terminar el curso en el seminario acaban perdiendo la pista
del camino hasta sus respectivos hogares. Tras rogar refugio y comida
en una supuesta aldea, donde una anciana les acoge no sin antes
rechistar y pedirles que deben dormir en habitaciones separadas, el
miserable de nuestra historia, el pobre filósofo Jomá Brut, acaba
emplazado en el granero, donde la visita de una bruja le obliga a
hacer de jinete y surcar los cielos con ella sobre sus hombros. Jomá
Brut consigue zafarse de ella tras propinarle la paliza de su vida para acabar descubriendo, con los primeros rayos de sol, que la vieja
bruja es la bella hija de uno de los hombres más eminentes de la
región. Hasta ahí puedo contar.
Voy a hablar tanto del relato como el film basado en él sin imponer
barreras entre el uno y el otro porque la adaptación es bastante
fiel a la historia de Gógol. Sin embargo, hay una razón que
me obligó a leer la pieza después de ver la película, y fue
precisamente el halo de fantasía antigua que imbuía al
largometraje, ¿el relato de Gógol mantendría esa singular
atmósfera o su efecto sería incluso mayor?
Desde la Biblia hasta los Hermanos Grimm o los Lamb el tema moral
siempre ha estado muy presente en este tipo de historias, y Gógol,
consciente de qué deseaba transmitir al lector, sustrae la moralina
de éstas, pero también aboga por la ironía con el objetivo de
dejar caer sutiles perlas contra la sociedad en la que le tocó
vivir. No voy a entrar en un análisis exhaustivo de El Viy
pero me resultó muy curioso que todos los personajes con cierto
grado de poder, como eran el rector o el terrateniente influyente,
cegados por sus respectivas idolatrías, abocan a Jomá a un destino
patético. Y los campesinos, conforme los días mueren y nacen,
murmuran cada vez más alto sobre qué clase de hechos sobrenaturales suceden en la iglesia cuando obligan al domine Jomá a rezar por la joven
fallecida. No obstante la lealtad que los une a su amo les
imposibilita concederle al filósofo aquello que durante tres días busca desesperadamente, la libertad. Todo esto parece tornar el
destino de Jomá más patético si cabe.
Cuando estaba viendo la película me pregunté si el autor se
sentiría como Jomá Brut en su día a día. Pensé en Gógol cuando
tenía veintiséis años como un chico muy perdido, sujeto a
innumerables contradicciones, inmerso en una especie de amor-odio a
la religión, al deber y, en general, a la vida. No puedo dejar
imaginar el miedo que debió de sentir cuando decidió convertir en
una necesidad saber quién era, y descubrir en momentos muy puntuales
de la vida, y con mayor seguridad mientras agonizaba, que esa
búsqueda tan sólo resultó un descenso hasta las entrañas del
mismísimo Infierno. A relación con esto también reflexioné sobre
la unión de Gógol con el imaginario popular ucraniano. Más tarde
supe que el Viy, el tormento final de Jomá Brut, era una creación
del autor. Y en vez de desechar mis juicios alumbré la posibilidad
de que Gógol amara tanto el pasado que incluso llegara a
pensar que la modernidad era un invento de cuatro optimistas a los
que las autoridades deberían haber retorcido el pescuezo por
miserables embusteros. Por último, y esto fue casi un sueño, vi a
Gógol su lecho de muerte volviendo el rostro hacia la ventana para
observar Sodoma ser destruida, y comprender al mismo tiempo que el
mundo ya no era el mismo que aquel que había escuchado su primer
llanto.


Honestamente, desde el principio, una parte de mi tomó a bruja del relato en un sentido
mucho más simbólico que en la película. Vi de Gógol no cuenta la historia de Jomá Brut, sino del autor y su estado mental y sentimental en el
momento en el que escribió esta historia, una especie de testimonio
triste de las miserias que tuvo que vivir desde muy joven. Sí, tenemos
un escenario y los muñecos, pero son de tela sino de papel; ha empezado
a llover...y hemos descubierto la horrible y preciosa verdad.
¿Ambos formatos mantienen la atmósfera de cuento antiguo? Sí,
aunque de forma diametralmente opuesta. El relato y la película
aprovechan los recursos de sus respectivas épocas para recrear una
historia elaborada, con trasfondo sobrenatural inteligente y con
momentos de humor negro que despiertan alguna que otra sonrisa. A
veces no sé si me gusta el humor negro en general o sólo el humor
negro ruso...y una excepción no-rusa que algunos ya conocéis sin
nombrarla directamente.
Nos vemos.
Nos vemos.
Me gusta lo que has comentado sobre las brujas, la reflexión sobre que es ilógico que se comporten con tanta maldad sin un motivo, porque es cierto, no son criaturas mágicas como los duendes creadas por la imaginación humana, sino que tienen una base muy real a partir de la cual la fantasía ha divagado lo que ha querido y más, pero esa base está ahí, adherida a culturas de todo el mundo.
ResponderEliminarTambién ha sido interesante lo que comentas al final sobre el autor, que es su propia historia la que está contando, con sus miedos y miserias. La verdad es que si yo llego a pensar tanto en el autor cuando estoy leyendo nunca suele ser por buenos motivos, excepto con O'Connor, que sí me hizo pensar en que estaría pensando y cómo sería su vida para llevarla a escribir ese tipo de cosas.
Un besico :-*