martes, 30 de mayo de 2017

Comenzar a ser: Las ensoñaciones del paseante solitario















Si reviso mis recuerdos recientes puedo revivir a la perfección la tarde en la que fui a la biblioteca y volví con Las ensoñaciones del caminante solitario de Jean-Jacques Rousseau. Nos dirigíamos mi pareja y yo a devolver La llamada de lo salvaje y un texto político de Maquiavelo cuando le comenté mis impresiones mientras paseábamos tranquilamente por un barrio residencial con aire británico de clase media. Así pues le dije a mi compañero que, aunque la primavera siempre me provoca una sensación de hastío, la temperatura y el sol de media tarde de aquel día no me impedían apreciar cómo la vida primigenia iniciaba sus andaduras otro año más. Imaginaba aquel momento dilatándose en el tiempo porque, además del grato ambiente, no había muchos viandantes, y cuando callábamos, éramos capaces de escuchar el viento agitando los árboles de un bosquete cercano. Aquellos minutos para vosotros carecerán importancia, pero los sentimientos motivados durante aquel paseo para nosotros fueron indescriptibles.
Tras depositar los libros prestados en la mesa del bibliotecario fuimos juntos a curiosear algunas baldas para compartir, entre susurros, superfluos comentarios sobre obras que conocíamos, cuando un título llamo fervientemente mi atención. Por una simple asociación de ideas entre “ensoñaciones” y “solitario” supe que debía hojear esa «novela». ¡Todavía no había ni apreciado al autor! ¿Cómo saber que eran unas memorias? Me hallaba libre de prejuicios y decidida a buscar en el libro las observaciones de un hombre cuya vida se hallara cimentada en uno de los múltiples reductos de las realidades del sueño y busqué con desesperada ilusión la autoría de aquel humilde ejemplar. Quedé gratamente sorprendida de encontrar una pluma del siglo XVIII, y casi al mismo tiempo recordé que había estudiado la obra de Jean-Jacques Rousseau en alguna asignatura durante la educación secundaria obligatoria. Pero como todos mis conocimientos de aquella época, Rousseau se hallaba bajo el manto espectral de la ignorancia. Él constituía en mi memoria un paciente fallido más del sistema educativo español, lobotomizado y añadido un libro de texto prostituido al gobierno de turno. ¿Fue con Las ensoñaciones... entre mis manos el instante que decidí iniciar seriamente un método educativo autodidacta y aspirar a tener opiniones propias? Tal vez Rousseau fue una pequeña gota en dicha decisión, sin embargo, fue cuando percibí de forma mucho más consciente el cambio operado, y en aquel preciso instante sentí ira contra todo el género humano, incluyendo mi persona. Estaba encolerizada porque había un caballero cuya obra debía conocer desde hacia años pero mi mente estaba completamente en blanco cuando pensaba en este hombre y su contexto. Una profunda sensación de repugnancia se implantó en mi estomago ante esa certeza, cada vez mayor. Era consciente de que todo un sistema educativo decadente se había burlado de mi a lo largo de mi corta existencia, y su broma pesada tenía más inquina de la que años atrás había percibido. ¿Cómo negarse a seguir constituyendo el objeto de su broma pesada? Me lleve Las ensoñaciones... a mi casa deseado algo que no sabría muy bien como definir.
Las ensoñaciones del paseante solitario están divididas en un total de diez capítulos que él denomina paseos, en los que Rousseau se limita a relatar sus caminatas, rememorar las reflexiones sugeridas durante sus salidas y a divagar con la perspectiva que solo la ancianidad dota sobre todas las cosas. Seguido de los paseos hay fragmentos de diversas cartas colocados a modo de aforismos y, por último, una miscelánea de textos, más una entrevista realizada a Jean-Jacques por Bernardin de Sant-Pierre.
Cuanto más profunda es la soledad en la que vivo, tanto más necesario es que algún objeto rellene ese vacío, y aquellos que mi corazón me prohíbe o que mi memoria rechaza son suplidos por las producciones espontáneas de la tierra, no forzada por los hombres, ofrece a mis ojos por doquier” Pág. 120. 

Durante el primer paseo Rousseau muestra su cristalina intención con las ensoñaciones. Pretende hablar de lo que acontecido después de que los intelectuales de la época (Diderot, Voltaire, d'Alembert...) le dieran la espalda. Así, nos hallamos ante dos niveles de lectura: expositivo, en cuanto a los hechos; redentor, en cuanto a los sentimientos implícitos en la redacción de éstos. Mauro Armiño, el traductor usual de obra de Rousseau editada por Alianza, hace en la introducción un interesante apunte en cuanto al carácter de las ensoñaciones roussenianas: “Y este ser lleno de fobias, de revueltas casi animales, instintivas, de delicadezas dominadas sólo por la impresión, por la sensación, ¿coincide con el hombre ilustrado?”. Realmente en el corpus literario de Rousseau hay una contraprosición, cuanto menos curiosa, de estilos y finalidad. Podemos distinguir dos visiones en él: ilustrada y prerromántica. La visión ilustrada domina por completo en su juventud, en los momentos más públicos e influyentes de su vida, mientras que la prerromántica surge en el ocaso, producto del aislamiento social entre otras cuestiones. En las ensoñaciones abandona cualquier aportación a la causa ilustrada y se aleja del acto de escribir para un público. Jean-Jacques busca en este instante conocerse a si mismo, pues «sentir» ya no se le antoja un acto ajeno. No busca dar una explicación racional a la congoja que le produce encontrarse espiritualmente a cientos de kilómetros del género humano, ni tiene intención de disculparse por la compasión que le inspira su pobre alma atormentada. «Al querer recordar tantas dulces ensoñaciones, en lugar de escribirlas volvía a caer en ellas», asegura Rousseau en este extraño duermevela. 
En su primera ensoñación ante todo prevalece la compasión que siente hacia si mismo, una constante que tendremos presente de una forma u otra en cualquiera de sus paseos, pero aquí, en el primero, donde más. Bajo un aparente rechazo de aquellos que tenía en alta estima en su madurez aparece una una necesidad de explicaciones, una demanda superior al control de las emociones; necesita, sin ser consciente, una exhortación por parte de sus nuevos enemigos para cesar la anulación que lo está consumiendo. Durante el segundo paseo domina la reflexión sobre la idea de soledad, convulsionada por un accidente, pero el sentimiento redentor sigue sin desaparecer, es más, parece hacerse acrecentarse. A veces me daba la sensación de que en cualquier momento explotaría, que Jean-Jacques diría lo que con dificultad escondía tras los manierismos y formulas dieciochescas. Pero, de pronto, cambia de tema. No quiere manchar con su corrupción a ningún ser inocente. Entonces es cuando el hastío hacia los seres humanos, en concreto hacia aquellos que intentan aprovecharse de él, domina la escena hasta el final de este ensoñación. En el tercer paseo Rousseau abre con cita de Solón, muy significativa porque nos deja claro que, aunque viejo, ahora es cuando realmente está aprendiendo a ser. Llegar a «ser» se transforma en el eje de todas las ensoñaciones porque, como decía antes, ahora es cuando Rousseau está aprendiendo a sentir, y ello lo lleva a revivir su juventud. Esta ensoñación esta dedicada casi exclusivamente a reflexionar sobre sus primeros años, y a ser crítico con las opiniones impresas de aquel periodo (también hace esta revisión, aunque de forma mucho más profunda, en los Diálogos y en Las Confesiones). El último párrafo cierra con otra mención hacia Solón revestida de una profunda admiración hacia su legado, que él se ve incapaz de equiparar, al mismo tiempo que confiesa que lo que busca es algo distinto a Solón. Anhela descubrir la virtud, y cree que es capaz de hacerlo a expensas de la sociedad. Por último, se cuida de que cada paso hacia este objetivo le acompañe un sentimiento de humildad, no el orgullo. En el cuarto paseo Rousseau reflexiona sobre la mentira y la verdad, con las que, a mi parecer, intenta justificar parte de sus malas acciones pasadas. La «buena» mentira tiene para Rousseau la intención de evitar el hastío al individuo, al igual que avivar y colorear los hechos, transformándolos en auténticas ficciones. ¿Y a caso no todos hemos obrado en alguna ocasión de estas maneras? 
Todo cambia en torno nuestro. Cambiamos nosotros mismos y nadie puede asegurar que mañana amará lo que hoy ama. Por eso todos nuestros proyectos de felicidad para esta vida son quimeras. Aprovechemos el contento del espíritu cuando viene; guardémonos de alejarlo por culpa nuestra, pero no hagamos proyectos para encadenarlo, porque esos proyectos son pura locura. He visto pocos hombres felices, quizá ninguno; pero con frecuencia he visto corazones contentos, y de todas las cosas que me han sorprendido ésta es la que más me ha contentado a mí mismo” Pág. 138.

Tras el cuarto paseo la naturaleza irrumpe en la escena, convirtiendo unas interesantes memorias de calidad incuestionable en un texto todavía más remarcable. Rousseau ya no se limita a hablar únicamente de aquello que le aflige sino también de lo que ama, y la unión de ambas cosas, combinadas con una conciencia más real del entorno gracias a esta delicada unión con la naturaleza, hace de las últimas cinco piezas textos con una belleza descriptiva y sensitiva, a mi parecer, equiparable a ningún escritor dieciochesco. Lo que Rousseau realiza en poco más de cincuenta páginas es imprimir su ser junto con su alma, ya anciana, y decirse a si mismo que no puede ser más de lo que es, que tiene limitaciones, pero que ha aprendido a valorarlas en su justa medida gracias a la botánica y a los paseos con los que ha anestesiado el padecimiento, reemplazándolo por la modesta alegría que le produce el análisis de la naturaleza y la música. Me sentí muy identificada en cada palabra de estas ensoñaciones.
Las plantas parecen haber sido sembradas con profusión sobre la tierra, como las estrellas en el cielo, para invitar al hombre por el atractivo del placer de la curiosidad al estudio de la naturaleza; pero los astros están colocados lejos de nosotros; se necesitan conocimientos preliminares, instrumentos, máquinas, larguísimas escalas para alcanzarlos y acercarlos a nuestro alcance. Las plantas lo estan, naturalmente. Nacen bajo nuestros pies y en nuestras manos por así decir, y si la pequeñez de sus partes esenciales las esconde a simple vista, los instrumentos que nos las hacen patentes son de uso mucho más fácil que los de la astronomía. La botánica es el estudio de un ocioso y de un perezoso solitario: un pico y una lupa son todo el instrumental que se necesita para observarlas” Pág. 119.

El flujo y el reflujo de aquel agua, su ruido continuo pero acentuado a intervalos, golpeando sin descanso mi oído y mis ojos, suplían los movimientos internos que la ensoñación extinguía e mi y bastaban para hacerme sentir con placer mi existencia, sin tomarme el trabajo de pensar. De vez en cuando nacía alguna débil y breve reflexión obre la inestabilidad de las cosas de este mundo, cuya imagen me ofrecía la superficie de las aguas; pero pronto esas ligeras impresiones se borraban en la uniformidad del movimiento continuo que me acunaba y que, sin ningún concurso activo de mi alma, me retenía hasta el punto de que, llamado por la hora y por la señal convenida, no podía arrancarme de allí sin esfuerzo” Pág. 90.

Así terminamos esta obra preguntándonos cuál fue el verdadero Rousseau, si el hombre que defendía a capa y espada el espíritu colectivo, es decir, el entusiasta ilustrado, o aquel caballero que buscó dentro de su ser y encontró la paz que necesitaba para acabar sus días de la manera menos miserable que los medios que tenía a su alcance le permitían. ¿Era este último solo un personaje creado para que la sociedad no lo tuviera como un ser envilecido por la frivolidad de la sociedad francesa del siglo XVIII? Para mi no es justo ni moral opinar sobre actos concretos de la vida de los demás, y menos de aquellos que no están despiertos en el mundo vigil y que guardo en alta estima por diferentes cuestiones, por eso no voy a empezar a llevar a cabo ese tipo de acciones ahora. Tan solo me limito a lanzar esta pregunta para aquel lectur que  si ha llegado hasta este punto de la reseña se pueda cuestionar si merece la pena responder a esa pregunta. ¿Realmente es necesario leer estas memorias pensando que son las ficciones de un hombre anciano? ¿De verdad buscar una respuesta simple para resumir una cuestión compleja es lo acertado siempre? ¿Por qué no confiar en que lo que dice Rousseau es cierto, simplemente porque él lo escribió con todo lo vivo que aún residía dentro de él?
¿Y cómo se puede llamar felicidad a un estado fugaz que nos deja el corazón inquieto y vacío, que nos hace añorar alguna cosa anterior, o desear alguna futura?” Pág. 91. 

Por mi parte, poco más que añadir a esta pequeña reseña de una obra titánica como son Las ensoñaciones del paseante solitario. Lo único que quiero dejar completamente claro es que no puedo analizar esta obra de Rousseau sin desvelar cosas que os pertenece a vosotros descubrir, sonreíros, conmoveros y apreciar. Hay mucho cariño puesto en las ensoñaciones, tanto por el traductor, Mauro Armiño, como por el propio autor. La dulzura que emana la entrevista final realizada por el noble Bernardin constituye el broche perfecto para una vida que, con sus faltas y altibajos, no podemos tildar inmemorable. Gracias, Jean-Jacques, por enseñarme a comprender lo que tú ya sabes.
Te quiero, viejuno.
Es la naturaleza la que curadecíano los hombres. En las enfermedades internas se ponía a dieta y quería estar solo, pretendiendo que entonces el reposo y la soledad eran tan necesarios al cuerpo como al alma” Pág. 209. 

Nos vemos💜.

1 comentario:

  1. ¡Hola! He de decir que la reseña me ha gustado mucho.
    Solamente he leído "El origen de la desigualdad entre los hombres" y, desde luego, ésa y "Ensoñaciones" parecen el agua y el aceite.
    Me ha generado mucha curiosidad este libro, escrito en su última etapa de la vida, y lo apunto en mi lista de lecturas.
    Un saludo.

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