Si
reviso mis recuerdos recientes puedo revivir a la perfección la
tarde en la que fui a la biblioteca y volví con Las ensoñaciones
del caminante solitario de
Jean-Jacques Rousseau. Nos dirigíamos mi pareja y yo a devolver La
llamada de lo salvaje y un texto político de Maquiavelo cuando
le comenté mis impresiones mientras paseábamos
tranquilamente por un barrio residencial con aire británico de clase
media. Así pues le dije a mi compañero que, aunque la primavera siempre me provoca una sensación de hastío, la temperatura y el sol de media
tarde de aquel día no me impedían apreciar cómo la vida primigenia
iniciaba sus andaduras otro año más. Imaginaba aquel momento
dilatándose en el tiempo porque, además del grato ambiente, no
había muchos viandantes, y cuando callábamos, éramos capaces de
escuchar el viento agitando los árboles de un bosquete cercano.
Aquellos minutos para vosotros carecerán importancia, pero los sentimientos motivados durante aquel paseo para nosotros fueron indescriptibles.
Tras
depositar los libros prestados en la mesa del bibliotecario fuimos juntos a
curiosear algunas baldas para compartir, entre susurros, superfluos comentarios sobre obras que conocíamos, cuando un título llamo fervientemente mi atención. Por
una simple asociación de ideas entre “ensoñaciones” y
“solitario” supe que debía hojear esa «novela». ¡Todavía no había ni apreciado al autor! ¿Cómo saber que eran
unas memorias? Me hallaba libre de prejuicios y decidida a buscar en
el libro las observaciones de un hombre cuya vida se hallara
cimentada en uno de los múltiples reductos de las realidades del
sueño y busqué con desesperada ilusión la autoría de
aquel humilde ejemplar. Quedé gratamente sorprendida de encontrar
una pluma del siglo XVIII, y casi al mismo tiempo recordé que había
estudiado la obra de Jean-Jacques Rousseau en alguna asignatura
durante la educación secundaria obligatoria. Pero como todos mis
conocimientos de aquella época, Rousseau se hallaba bajo el manto
espectral de la ignorancia. Él constituía en mi memoria un paciente
fallido más del sistema educativo español, lobotomizado y añadido
un libro de texto prostituido al gobierno de turno. ¿Fue con Las
ensoñaciones... entre mis manos el instante que decidí iniciar
seriamente un método educativo autodidacta y aspirar a tener
opiniones propias? Tal vez Rousseau fue una pequeña gota en dicha
decisión, sin embargo, fue cuando percibí de forma mucho más consciente el cambio operado, y en aquel preciso
instante sentí ira contra todo el género humano, incluyendo mi
persona. Estaba encolerizada porque había un caballero cuya obra
debía conocer desde hacia años pero mi mente estaba
completamente en blanco cuando pensaba en este hombre y su contexto. Una profunda sensación de repugnancia se
implantó en mi estomago ante esa certeza, cada vez mayor. Era
consciente de que todo un sistema educativo decadente se había
burlado de mi a lo largo de mi corta existencia, y su broma pesada tenía más inquina de la que años atrás había percibido. ¿Cómo negarse a seguir
constituyendo el objeto de su broma pesada? Me lleve Las
ensoñaciones... a mi casa deseado algo que no sabría muy bien
como definir.
Las ensoñaciones del paseante solitario están divididas en un total de diez capítulos que él denomina paseos, en los que Rousseau se limita a relatar sus caminatas, rememorar las reflexiones sugeridas durante sus salidas y a divagar con la perspectiva que solo la ancianidad dota sobre todas las cosas. Seguido de los paseos hay fragmentos de diversas cartas colocados a modo de aforismos y, por último, una miscelánea de textos, más una entrevista realizada a Jean-Jacques por Bernardin de Sant-Pierre.
Las ensoñaciones del paseante solitario están divididas en un total de diez capítulos que él denomina paseos, en los que Rousseau se limita a relatar sus caminatas, rememorar las reflexiones sugeridas durante sus salidas y a divagar con la perspectiva que solo la ancianidad dota sobre todas las cosas. Seguido de los paseos hay fragmentos de diversas cartas colocados a modo de aforismos y, por último, una miscelánea de textos, más una entrevista realizada a Jean-Jacques por Bernardin de Sant-Pierre.
“Cuanto más profunda es la soledad en la que vivo, tanto más necesario es que algún objeto rellene ese vacío, y aquellos que mi corazón me prohíbe o que mi memoria rechaza son suplidos por las producciones espontáneas de la tierra, no forzada por los hombres, ofrece a mis ojos por doquier” Pág. 120.
Durante
el primer paseo Rousseau muestra su cristalina intención con las
ensoñaciones. Pretende hablar de lo que acontecido después de que
los intelectuales de la época (Diderot, Voltaire, d'Alembert...) le dieran la espalda. Así, nos
hallamos ante dos niveles de lectura: expositivo, en cuanto a los
hechos; redentor, en cuanto a los sentimientos implícitos en la
redacción de éstos. Mauro Armiño, el traductor usual de obra de
Rousseau editada por Alianza, hace en la introducción un interesante
apunte en cuanto al carácter de las ensoñaciones
roussenianas: “Y este ser lleno de fobias, de revueltas casi
animales, instintivas, de delicadezas dominadas sólo por la
impresión, por la sensación, ¿coincide con el hombre ilustrado?”.
Realmente en el corpus literario de Rousseau hay una
contraprosición, cuanto menos curiosa, de estilos y finalidad.
Podemos distinguir dos visiones en él: ilustrada y prerromántica.
La visión ilustrada domina por completo en su juventud, en los
momentos más públicos e influyentes de su vida, mientras que la
prerromántica surge en el ocaso, producto del aislamiento social entre otras cuestiones. En
las ensoñaciones abandona cualquier aportación a la causa ilustrada
y se aleja del acto de escribir para un público.
Jean-Jacques busca en este instante conocerse a si mismo, pues
«sentir»
ya no se le antoja un acto ajeno. No busca dar una explicación
racional a la congoja que le produce encontrarse espiritualmente a cientos de
kilómetros del género humano, ni tiene intención de disculparse
por la compasión que le inspira su pobre alma atormentada.
«Al
querer recordar tantas dulces ensoñaciones, en lugar de escribirlas
volvía a caer en ellas»,
asegura Rousseau en este extraño duermevela.
En su primera
ensoñación ante todo prevalece la compasión que siente hacia si
mismo, una constante que tendremos presente de una forma u otra en
cualquiera de sus paseos, pero aquí, en el primero, donde más.
Bajo un aparente rechazo de aquellos que tenía en alta estima en su
madurez aparece una una necesidad de explicaciones, una demanda
superior al control de las emociones; necesita, sin ser consciente,
una exhortación por parte de sus nuevos enemigos para cesar
la anulación que lo está consumiendo. Durante el segundo
paseo domina la reflexión sobre la idea de soledad, convulsionada
por un accidente, pero el sentimiento redentor sigue sin desaparecer,
es más, parece hacerse acrecentarse. A veces me daba la sensación de
que en cualquier momento explotaría, que Jean-Jacques diría lo que
con dificultad escondía tras los manierismos y formulas
dieciochescas. Pero, de pronto, cambia de tema. No quiere manchar con su corrupción a ningún ser inocente. Entonces es cuando el hastío hacia los
seres humanos, en concreto hacia aquellos que intentan
aprovecharse de él, domina la escena hasta el final de este ensoñación.
En el tercer paseo Rousseau abre con cita de Solón, muy
significativa porque nos deja claro que, aunque viejo, ahora es
cuando realmente está aprendiendo a ser. Llegar a «ser»
se transforma en el eje de todas las ensoñaciones porque, como
decía antes, ahora es cuando Rousseau está aprendiendo a sentir, y
ello lo lleva a revivir su juventud. Esta ensoñación esta dedicada
casi exclusivamente a reflexionar sobre sus primeros años, y a ser
crítico con las opiniones impresas de aquel periodo (también hace esta revisión, aunque de forma mucho más profunda, en los Diálogos y en Las Confesiones). El último
párrafo cierra con otra mención hacia Solón revestida de una
profunda admiración hacia su legado, que él se ve incapaz de
equiparar, al mismo tiempo que confiesa que lo que busca es algo
distinto a Solón. Anhela descubrir la virtud, y cree que es capaz de
hacerlo a expensas de la sociedad. Por último, se cuida de que cada
paso hacia este objetivo le acompañe un sentimiento de humildad, no
el orgullo. En el cuarto paseo Rousseau reflexiona sobre la mentira y
la verdad, con las que, a mi parecer, intenta justificar parte de sus
malas acciones pasadas. La «buena»
mentira tiene para Rousseau la intención de evitar el hastío al
individuo, al igual que avivar y colorear los hechos,
transformándolos en auténticas ficciones. ¿Y a caso no todos hemos
obrado en alguna ocasión de estas maneras?
“Todo cambia en torno nuestro. Cambiamos nosotros mismos y nadie puede asegurar que mañana amará lo que hoy ama. Por eso todos nuestros proyectos de felicidad para esta vida son quimeras. Aprovechemos el contento del espíritu cuando viene; guardémonos de alejarlo por culpa nuestra, pero no hagamos proyectos para encadenarlo, porque esos proyectos son pura locura. He visto pocos hombres felices, quizá ninguno; pero con frecuencia he visto corazones contentos, y de todas las cosas que me han sorprendido ésta es la que más me ha contentado a mí mismo” Pág. 138.
Tras el cuarto paseo la
naturaleza irrumpe en la escena, convirtiendo unas interesantes
memorias de calidad incuestionable en un texto todavía más
remarcable. Rousseau ya no se limita a hablar únicamente de
aquello que le aflige sino también de lo que ama, y la unión de
ambas cosas, combinadas con una conciencia más real del entorno gracias a esta delicada unión con la naturaleza, hace de las últimas cinco
piezas textos con una belleza descriptiva y
sensitiva, a mi parecer, equiparable a ningún escritor dieciochesco. Lo que Rousseau realiza en poco más de
cincuenta páginas es imprimir su ser junto con su alma, ya anciana, y
decirse a si mismo que no puede ser más de lo que es, que tiene
limitaciones, pero que ha aprendido a valorarlas en su justa medida
gracias a la botánica y a los paseos con los que ha
anestesiado el padecimiento, reemplazándolo por la modesta alegría que le produce el
análisis de la naturaleza y la música. Me sentí muy identificada en cada palabra de estas ensoñaciones.
“Las plantas parecen haber sido sembradas con profusión sobre la tierra, como las estrellas en el cielo, para invitar al hombre por el atractivo del placer de la curiosidad al estudio de la naturaleza; pero los astros están colocados lejos de nosotros; se necesitan conocimientos preliminares, instrumentos, máquinas, larguísimas escalas para alcanzarlos y acercarlos a nuestro alcance. Las plantas lo estan, naturalmente. Nacen bajo nuestros pies y en nuestras manos por así decir, y si la pequeñez de sus partes esenciales las esconde a simple vista, los instrumentos que nos las hacen patentes son de uso mucho más fácil que los de la astronomía. La botánica es el estudio de un ocioso y de un perezoso solitario: un pico y una lupa son todo el instrumental que se necesita para observarlas” Pág. 119.
“El flujo y el reflujo de aquel agua, su ruido continuo pero acentuado a intervalos, golpeando sin descanso mi oído y mis ojos, suplían los movimientos internos que la ensoñación extinguía e mi y bastaban para hacerme sentir con placer mi existencia, sin tomarme el trabajo de pensar. De vez en cuando nacía alguna débil y breve reflexión obre la inestabilidad de las cosas de este mundo, cuya imagen me ofrecía la superficie de las aguas; pero pronto esas ligeras impresiones se borraban en la uniformidad del movimiento continuo que me acunaba y que, sin ningún concurso activo de mi alma, me retenía hasta el punto de que, llamado por la hora y por la señal convenida, no podía arrancarme de allí sin esfuerzo” Pág. 90.
Así
terminamos esta obra preguntándonos cuál fue el verdadero Rousseau,
si el hombre que defendía a capa y espada el espíritu colectivo, es decir, el
entusiasta ilustrado, o aquel caballero que buscó dentro de su ser y
encontró la paz que necesitaba para acabar sus días de la manera
menos miserable que los medios que tenía a su alcance le permitían.
¿Era este último solo un personaje creado para que la sociedad no lo tuviera como un ser envilecido por la frivolidad de la sociedad francesa del siglo XVIII? Para mi no es justo ni moral
opinar sobre actos concretos de la vida de los demás, y menos de aquellos que no están
despiertos en el mundo vigil y que guardo en alta estima por diferentes cuestiones, por eso no voy a empezar a
llevar a cabo ese tipo de acciones ahora. Tan solo me limito a lanzar esta
pregunta para aquel lectur que si ha llegado hasta este punto de la reseña se pueda cuestionar si merece la pena responder a esa pregunta. ¿Realmente es necesario leer estas memorias pensando que son las ficciones de un hombre anciano? ¿De verdad buscar una respuesta simple para resumir una cuestión compleja es lo acertado siempre? ¿Por qué no confiar en que lo que dice Rousseau es cierto, simplemente porque él lo escribió con todo lo vivo que aún residía dentro de él?
“¿Y cómo se puede llamar felicidad a un estado fugaz que nos deja el corazón inquieto y vacío, que nos hace añorar alguna cosa anterior, o desear alguna futura?” Pág. 91.
Por
mi parte, poco más que añadir a esta pequeña reseña de una obra
titánica como son Las ensoñaciones del paseante solitario.
Lo único que quiero dejar completamente claro es que no puedo
analizar esta obra de Rousseau sin desvelar cosas que os pertenece a
vosotros descubrir, sonreíros, conmoveros y apreciar. Hay mucho
cariño puesto en las ensoñaciones, tanto por el traductor, Mauro
Armiño, como por el propio autor. La dulzura que emana la
entrevista final realizada por el noble Bernardin constituye el broche
perfecto para una vida que, con sus faltas y altibajos, no podemos tildar inmemorable. Gracias, Jean-Jacques, por enseñarme a
comprender lo que tú ya sabes.
Te
quiero, viejuno.
“Es la naturaleza la que cura— decía—no los hombres. En las enfermedades internas se ponía a dieta y quería estar solo, pretendiendo que entonces el reposo y la soledad eran tan necesarios al cuerpo como al alma” Pág. 209.
Nos
vemos💜.
¡Hola! He de decir que la reseña me ha gustado mucho.
ResponderEliminarSolamente he leído "El origen de la desigualdad entre los hombres" y, desde luego, ésa y "Ensoñaciones" parecen el agua y el aceite.
Me ha generado mucha curiosidad este libro, escrito en su última etapa de la vida, y lo apunto en mi lista de lecturas.
Un saludo.